Cuando Montse Watkins descubre la literatura japonesa de principios del siglo XX, la gran mayoría de las traducciones al castellano se habían realizado a partir de publicaciones en inglés o francés.
Montse sabía que para transmitir con fidelidad las vivencias y tribulaciones de los autores japoneses debía sumergirse e impregnarse de su cultura, historia y lengua.
Su afán por difundir obras literarias que resonaban profundamente con su alma híbrida hispano-catalano-nipona le llevó a dedicar los últimos años de su vida a traducir sin descanso hasta que la muerte le llegó dejando en su regazo los profundos y poéticos pensamientos que Natsume Soseki nos regaló en su «Almohada de Hierba».
Abajo a la izquierda, grabado en madera del artista Kunio Sato para la portada del libro «Tren Nocturno de la Vía Láctea» de Kenji Miyazawa que Montse tradujo y publicó por primera vez al castellano.
REFLEXIONES SOBRE LA TRADUCCIÓN DE LITERATURA JAPONESA AL CASTELLANO
Conferencia Canela – Tokio – 1996
“¿Cómo traducir una obra japonesa al castellano con el mejor resultado posible? Esta es una pregunta que nos hemos planteado innumerables veces los hispanohablantes dedicados a la traducción literaria. Mientras que en inglés y otros idiomas existe una larga tradición en este campo, que data del comienzo de la Era Meiji (1868-1912), además de abundante bibliografía y textos de referencia, los pocos hispanohablantes que nos embarcamos en esta tarea nos encontramos con muy pocos precedentes que nos sirvan como orientación a la hora de tomar las constantes decisiones necesarias para hacer un trabajo de calidad.”
«Llegué a Japón hace más de veinte años», dice Sandra Morales Muñoz, «y, como estaba interesada en la literatura japonesa, me acerqué a las traducciones de Montse por recomendación de los esposos Ota y Karasawa. La pareja, por aquella época, dirigía la editorial Gendai Kikakushitsu y hablaba con entusiasmo de ese proyecto audaz de una editorial que publicaba y distribuía en Japón libros en español, Luna Books.»
«Antes de llegar, ya había leído a Kensaburo Oe o a Yukio Mishima, los más populares y fáciles de encontrar en mi idioma y creía que, viviendo en este país, lo mejor era aprovechar la estadía para “entrar en sociedad” a través de otras manifestaciones más directas, más “reales”: merodear por las calles, hablar con la gente, ver y preguntar todo cuanto se me pasara por la cabeza. Así como, creo, piensa todo latinoamericano que se puede hacer en cualquier parte del mundo. Pronto me di cuenta que…»